Soberbia y prejuicio. La botella de vino

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Comentarios personales del transcriptor del 24/05/2022

 

Un grupo de amigos de la alta sociedad se reunieron en un restaurante para comer y celebrar el éxito de uno de ellos, Pedro, que se sentía como un pavo real, luciendo las plumas coloreadas de su soberbia. Girando apenas la cabeza llamó al camarero con todo despectivo: “¡chico!”.

 

El camarero, unos veinte años mayor que él, respiró profundamente y se aproximó a Pedro. “¿Qué desea el señor?”, preguntó.

 

“Tráeme la botella de vino más cara que tengáis”, espetó en voz bien alta, para que todo el restaurante lo oyera.

 

Por prudencia, el camarero le explicó: “el precio de la botella es de…”.

 

“No te he preguntado el precio, estúpido, te he ordenado que me la traigas. ¡Y date prisa!”

 

Sin decir palabra, el camarero se retiró. Este vino, de precio casi cien veces superior que el segundo más caro, con una solera de treinta años y botellas numeradas, era muy especial, y solo podía ser bien apreciado por buenos catadores. Para el resto de las personas es como diferenciar un buen violín de un Stradivarius, no son capaces de percibir realmente la sutileza de las diferencias.

 

Así, el camarero decidió darle una lección. Abrió la botella del vino solicitado e intercambió los contenidos con otra botella con la etiqueta de “vino de la casa”.

 

Volvió al comedor, llevando ambas botellas y depositándolas sobre la mesa. “Señor, el restaurante le ofrece gratis, junto con esta botella que ha solicitado, otra de vino de la casa”.

 

El homenajeado miró con desdén la etiqueta de la botella. “No estamos aquí para probar un vino cualquiera. Sírvenos el vino que te he pedido y llévate esa porquería”.

 

“Por supuesto, señor”, respondió el camarero. Así lo hizo y, muy satisfechos todos, se tomaron con deleite la botella de vino caro, pero rellenado con vino de la casa”.

 

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